Crónicas de una Valkiria
Encontró la cueva por casualidad, mientras huía y buscaba cobijo de la fuerte tormenta. Su pelaje estaba empapado, y el helado aliento del viento la empujó a entrar y caer rendida sin prestar atención a su alrededor. No fue hasta la mañana siguiente cuando, al abrir sus ojos grises, se dio cuenta que estaba habitada. Delante suyo, un joven lobo como ella la miraba fijamente. Su piel era color ceniza, con una zona casi negra en el pectoral. Sus ojos eran color chocolate, y la observaban analiticamente. Ya conocía el procedimiento: había invadido el territorio de otro lobo, y eso solía acabar en pelea. Sin embargo, la reacción de él la descolocó. Se sentó y esperó a que ella se incorporara:
— Buenos días.
— Bu… Buenos días -respondió, perpleja.- siento haber entrado en tu cueva, y más sin invitación, solo huía del temporal y…
— No te preocupes -le dijo el desconocido, sonriendo.- Yo, en tu lugar, habría buscado también cualquier refugio. Dime, ¿estás hambrienta?
Aún sorprendida, ella asintió.
— Bien, si me ayudas a cazar un buen bocado, quizás pueda dejarte otra vez mi cueva. Estamos en temporada de lluvias y así no hay quien vuelva a los caminos.
— ¿Como sabes que estoy de paso?
— No hueles a esta zona. Hay un toque de estos pinos, pero también hueles a humo de poblado humano. Y a mar, y eso queda lejos de aquí.
Intentó encontrar esos matices en su propio aroma, pero fué incapaz de distinguirlos. El joven lobo se levantó y se dirigió a la entrada:
— ¿Vienes?
Pasaron días así. Por la mañana salían a buscar alimento, y a medio día volvían a la cueva y observaban las lluvias del monzón. Ni siquiera sabían aún sus nombres: no los necesitaban. La comunicación entre los lobos es silenciosa, y a veces las palabras eran solo ruido vacío.
Durante uno de esos días, la lluvia les sorprendió antes de tiempo, y tuvieron que regresar con las zarpas vacías. El frío golpeaba especialmente fuerte, incluso en la zona más interior de la cueva, y el pelaje mojado agravaba la situación. Esa fué la primera vez que Val se transformó delante suyo.
Ante la mirada perpleja de su compañero, la muchacha tomó una forma humana, vestida con un fino vestido de color crudo de manga larga, y, a juzgar por la textura, de lino. Una sencilla trenza lateral recogía sus castaños cabellos, y acompañaba a la suavidad de su rostro, solo rota por la misma mirada gris que compartía con su estado anterior.
Tras unos instantes de esfuerzo, fue capaz de encender una pequeña hoguera para poder secarse. Se sentó a un extremo, con el fuego entre los dos, y así pasaron unos minutos en un silencio solo roto por el petardeo de la leña húmeda, esperando a que uno de los dos hablara. Como de costumbre, fue su lobuno compañero quien empezó la conversación:
—¿Qué eres?
Y, tras un breve suspiro lleno de nostalgia, Val empezó a hablar.
—Mi nombre es Val. Soy una Valkiria. Bueno, lo era... Fui expulsada de la orden de las Valkirias y desterrada del Valhalla por tener sentimientos por Munnin, cuervo de la memoria de Odín, al cual fui entregada para servir y proteger, sin derecho a cualquier tipo de relación más allá de cualquier orden que él me mandara.
“Él renunció a su condición privilegiada a cambio de mi vida, y ambos huimos a una pequeña villa, de la cual nos nombramos protectores. En un principio creí que él lo hizo por alguna clase de sentimiento igual al mio pero… Con el tiempo descubrí que Munnin… Él tenía una aventura con una lamia, una chica serpiente guardiana de un bosque cercano.
Los recuerdos dolían más de lo que ella esperaba. Estaba recitando su historia de carrerilla, intentando deshacerse de ella lo antes posible; contándola como si no formara parte de ella y solo se tratara de alguna leyenda de manuscritos antiguos. Pero cuando las palabras golpeaban su oídos, las imágenes y memorias volvían a su mente como una plaga de emociones. Recordar los brazos de la persona por la cual lo había perdido todo, y a la cual amaba tanto que volvería a perderlo todo, rodeando a otra persona, acariciando otro pelo, besando otros labios, le descomponía el alma. Ellos no sabían que estaba allí, pero Val fue capaz de ver como Munnin y Nadisha (que así se llamaba la chica), se declaraban amor eterno. Con el tiempo dejó de culpar a Nadisha; ella no sabía de su existencia. Sin embargo, observo como Munnin era capaz de declarar esos sentimientos con la misma intensidad con que se los decía a ella. Les había mentido, a ambas, y ni titubeaba al hacerlo. No quería ni imaginar cuánto tiempo habría sido capaz de mantener esa mentira de no ser por que ella le descubrió. No quería ni pensar a cuantas otras pobres tenía bajo esa red de sentimientos falsos y palabras de amor llenas de interés y vacías de sinceridad.
Sacudió la cabeza y levantó la vista. Su oyente esperaba paciente el relato, inamovible. Por un momento había olvidado que estaba ahí, escuchándola. Su postura era rígida, pero sus ojos eran pura compasión y comprensión. Val retomó la historia.
—Acabé por huir de nuestro hogar. Tras un tiempo deambulando, conocí a Ekir, un buen amigo, y vivo con él en un bosque costero. Ahora estoy de vuelta a casa tras resolver unos asuntos pendientes. —Y por primera vez desde que empezó a hablar, sonrió -Pero eso es otra historia.
El lobo cerró los ojos y asintió, recapitulando unos segundos, antes de volver a dirigirle la mirada:
— Entonces te llamas Val.
— Correcto.
— ¿Y eres una valkiria?
— En su momento lo fui. Ahora simplemente soy una cambiaforma.
— ¿Y hay por ahí un cuervo que se portó como un estúpido?
— Básicamente, si.
Asintió con la cabeza, como buscando las palabras perfectas para la situación, reflexivo.
— Menudo capullo.
Ambos rieron y el ambiente se calmó. Val se abrazó las rodillas y, sin necesidad de mediar mas palabra, él supo que era su turno. Cogió aire y se presentó:
— Mi nombre es Chylo. Mi manada me dejó atrás cuando solo era un cachorro. He estado solo desde entonces, pero supongo que no me ha ido tan mal -se acercó y se sentó a su lado.-Estuve en varios sitios antes de llegar aquí, pero nada me hacía sentir como en casa, así que no tardaba mucho en marcharme. Nada se sentía como el lugar donde debía estar, así que acabé por pensar que simplemente no tenía donde estar, y acabé quedándome solo.
—Debe de ser una vida complicada…
—Lo era. Intenté unirme a varias manadas. Incluso llegué a pensar que podría integrarme y tener mi propia familia pero… Supongo que la manada no es algo para mi, aunque la siga anhelando.
Los ojos de Chylo brillaban de dolor, reflejando las llamas del pequeño fuego. Val conocía bien esa sensación. Los lobos tienen dos reglas casi instauradas en su naturaleza: la manada y el territorio. Sentir que no encajas en tu hogar y compañeros es fallar a ambos. Ella había escapado de esas dos morales al huir de su casa y haber abandonado a Munnin, pese a lo que él había hecho. Él perdió a su gente y nunca ha tenido un lugar al que pertenecer. Un lobo sin manada y sin tierra. Le entendió más de lo que era capaz de verbalizar, así que simplemente le abrazó y ese abrazo fue su arropo cuando por la noche el fuego se extinguió y la lluvia seguía susurrando en el exterior, fuera de su mundo.
Un relato fantástico, me dan ganas de seguir escribiendo mi historia
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